¿Cómo creas un bosque de la nada? con paciencia, amor y trabajo duro… pero también con la ayuda de los pájaros, los pequeños mamíferos y el viento. Hay que trabajar con la naturaleza y no contra ella.
La zona de Urabá donde se ubica Jaibazul, fue históricamente deforestada para ganadería extensiva, así como para cultivos de plátano y banano, lo que derivó en una perdida progresiva de fauna y flora.
En el 2011, había poco o nada que conservar en Jaibazul, los árboles que quedaban en pie pertenecían en su mayoría a especies sin uso conocido o valor comercial, apenas si quedaban algunos robles (Tabeuia rosacea), cedros (Cedrela odorata) y caracolís (Anacardium excelsium) en zonas de difícil acceso. De los antaño abundantes árboles maderables como la caoba (Switenia macrifilia) y el abarco (cariniana pyriformis) no quedaba ninguno, el terreno era dominado por malezas y remanentes de pastos alguna vez usados para ganadería los cuales ahogaban cualquier semilla.
En Jaibazul decidí hacer algo diferente. El ecosistema original se había perdido, no se avistaba fauna y del bosque nativo solo quedaban árboles aislados… sin embargo el daño no era irreversible. Retiré manualmente las malezas encontrando árboles jóvenes sobrevivientes, que sin la competencia por los recursos empezaron a desarrollarse a gran velocidad. Conforme se dejaba la tierra limpia nuevos árboles aparecían producto de la reforestación natural, los adopté para mejorar su tasa de supervivencia aunque desconozco la especie de la mayoría de ellos.
Además sembré toda clase de árboles para desarrollar el bosque, no en plantaciones lineales ni monocultivo, sino combinando especies diferentes tal y como ocurre en la naturaleza. Ceibas (ceiba pentandra) junto a árboles de mango (Mangifera indica). Árboles de mamoncillo (Melicoccus bijugatus) junto a caobas (Swietenia macrophylla) re-introducidas. El monocultivo empobrece el bosque, así que tomé el camino contrario: sembré palmas de coco (Coco nucifera), palmas de vino (Attalea butyracea) cuya utilidad cayó en desuso para las personas, pero no pero las aves quienes son felices en ellas. También sembré palmas de azaí (Euterpe oleracea), árboles de matarratón (Gliricidia sepium), moringa (Moringa oleifera), árbol del pan (Artocarpus altilis), naranjo (Citrus × sinensis), teca (Tectona grandis) guayaba (Psidium guajava), guanabana (Annona muricata), guama (Inga edulis), melina (gmelina arbórea), copuazú (Theobroma grandiflorum), abarco (Cariniana pyriformis) y gualanday (Jacaranda caucana). Sembré prácticamente todas las semillas que pasaron por mis manos con el objetivo de aumentar la biodiversidad.
Después de 10 años y más de 5000 árboles plantados y cuidados hasta ser autosuficientes, no solo se ha conseguido crear un bosque, sino garantizar un refugio para distintas especies animales hoy en peligro. Entre ellas destacan el mono tití cabeciblanco (Saguinus oedipus) en peligro crítico y el cangrejo azul (Cardisoma guanhumi), ademas de armadillos (Dasypus novemcinctus) y aves aún por identificar. En la playa de Jaibazul también desovan 4 tipos de tortuga marina: tortuga verde (Chelonia midas), Carey (Eretmochelys imbricata), Cabezona (Caretta caretta) y Caná (Dermochelys coriácea).